lunes, 23 de agosto de 2010

Empieza una nueva etapa

Esta semana se ha bajado el telón de una etapa profesional que ha durado 8 años. Cuando en agosto de 2002 atravesaba por primera vez la puerta de las oficinas jamás pensé que repetiría ese gesto tantas veces como ha sucedido finalmente. Algunas cosas quedan aún de aquel muchacho de 25 años que no daba crédito a la oportunidad laboral que le brindaba el destino. Decidí aprovecharla al máximo, como no podría ser de otra manera, y aposté por trabajar a pleno rendimiento asimilando a destajo todo cuanto requería esta profesión. Sólo puedo estar agradecido a todos aquellos que confiaron en mí -han sido demasiados como para ponerles aquí nombre y apellido- y creyeron que estaría a la altura de las circunstancias. A ellos les debo la posibilidad de consolidar mi trayectoria profesional porque en su día apostaron por un joven recién salido de la universidad sin más experiencia que la de la vida. Debieron entender que les correspondí y de ahí en adelante fui cubriendo etapas y responsabilidades cada vez mayores hasta el día de hoy.

Debo pedir disculpas a todos aquellos que hayan creído que en algún momento no estuve acertado. Seguro que les asiste la razón porque si hay algo que me identifica con aquel novato que pisaba la oficina por primera vez es que sigo cometiendo errores. Por supuesto tengo que agradecer a los que en alguna ocasión me pusieron en mi sitio, que no les temblara el pulso al hacerlo. A veces la juventud te confunde haciéndote creer que lo sabes todo -parafraseando a mi abuelo- y conviene que de vez en cuando alguien nos recuerde que no podríamos estar más equivocados. Me acuerdo de todos con los que he tenido contacto profesional a diario, con los que con toda probabilidad en más de una ocasión he manifestado diferencias de criterio. Si mi argumentación pudo herir susceptibilidades o quizá no demostré un talante dialogante en todo momento, pido disculpas. No puedo olvidarme de agradeceros todo lo que me habéis enseñado sobre la profesión y sobre sus mecanismos, ya fueran implícitos o no.

Un último recuerdo es para mis compañeros de trabajo con los que he compartido momentos inolvidables durante estos años. Dejo allí a profesionales muy válidos, muchos de los cuales son buenos amigos, a los que deseo de aquí en adelante la mejor de las suertes para un futuro en el que deberán superar de nuevo los acontecimientos, tal y como han demostrado en tantas ocasiones hasta la fecha.

En este momento concluyo una etapa tremendamente fructífera desde el punto de vista profesional, que espero que me conduzca hacia nuevas alternativas en las que seguir trabajando con la máxima dedicación y con la convicción de seguir aprendiendo para ampliar mis recursos profesionales.

Gracias a todos por todo. Seguiremos en contacto.


Héctor Romero
hectorromero[arroba]ono.com 

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miércoles, 11 de agosto de 2010

Me acuerdo de vosotros

Durante estos días me estoy acordando de mucha gente y "no sé por qué". Me viene a la azotea cuando a mi padre le llamaron a capítulo en su empresa de toda la vida. Después de más de 30 años pringando con las cuentas de la sucursal -primero con la máquina de contabilidad a pedales y después con el pc a marchas forzadas y con el azote del despido a la vuelta de la esquina si el proceso de adaptación no se consumaba a la velocidad del desprecio que practicaban con él- le propusieron lo siguiente: Papito, ¿sabes qué vamos a hacer? Te vas a montar en ese coche tan de puta madre que te ha pagado el sueldo de la empresa y te nos marchas de tour todas las jodidas mañanas a buscarte la vida por los pueblos de las islas a chuparle el nabo a todo aquel que tenga una correduría en marcha. Llamas -toc, toc- te arrodillas y después de rezar y limpiarle los zapatos al menda, le comes la moral con guarnición y te marchas implorando a los dioses que el tipo diga "sí, quiero" trabajar con vuestra compañía. Esa fue la táctica para acojonar a los currantes con más de 50 tacos para que en fechas venideras tomaran las de Villadiego con acuerdos de despido que rozaban lo criminal.

Pero mi padre, con dos cojones como las sandías de Extremadura, se los pasó por la piedra y les reventó la mesa de juego. Logró nombrar a más comerciales que nadie aumentando el volumen de negocio del chiringuito de esos hijos de puta, que nadaban en la mierda verde de su dinero podrido por la indecencia y la falta de lealtad a décadas de servicio. Una peineta por cada año de trabajo en la casa, así lo debió celebrar papá cuando le notificaron su extraordinario informe de actividad. En casa todos temíamos por su salud. Era un sinvivir de horas al volante conduciendo con la cabeza y pensando con las manos, de todo irá bien en casa y de comidas de tarro agotadoras para pagarle la carrera universitaria a sus dos hijos. Mi madre, la comandante, fue como siempre: la ostia en verso. La casa funcionaba como las oficinas de Google. Todos activados, no hay excusas, todo a punto, hay tiempo para todo -para divertirse también-, el que algo quiere algo le cuesta o mírame a mí que cada día estoy al pie del cañón desde las 06.00AM, eran sus argumentos infalibles contra la desidia. Y funcionaron de pelotas. Ya lo creo que sí, mi comandante. Ahora los dos se han especializado en cuidar nietos y lo bordan.

Me acuerdo también de Rubén al que después de una década en la compañía aérea se lo pulieron junto con centenares de compañeros más. Les importó un cipote las horas extras no cobradas, las jornadas maratonianas para que "todo saliera ok" y todas las demás jodiendas. Os pagaremos lo que nos salga del ojete y al paro de cabeza pringaos, que ya sabéis nuestro lema: "esperamos volverles a ver de nuevo a bordo... para lanzarles por la ventanilla sin paracaídas, gilipollas". Lo mismo le pasó a Eva en su empresa de altos vuelos. Les quisieron pisar la dignidad sin complejos pero al final la justicia les dio la razón, sin que sirva de precedente. También me acuerdo de mi compañero de la blogosfera, Black Jack cuando bajaron la barrera de su tenderete con un "nos vamos viendo, si eso" -o similar- contado por él mismo en el blog. No sé por qué, pero me acuerdo de ellos. Y me acuerdo de mi suegra, Antonia, con unos ovarios como los Puentes de Madison que enviudó hace 11 años y se quedó al frente de un hogar con tres hijos por emancipar y sin tiempo que perder para llorar la vida sentada y encogida en la esquina de su habitación. Ahora Bruno la adora, al igual que a Manolo con el que comunica cada noche a su manera a eso de las 21.00h. Y pienso en sus hijos, en Rebeca, en cómo el destino les soldó un pedrusco en el acelerador sin consultarles y tuvieron que aprender a pilotar su vida sin frenos. Por todos esos espejos en los que plagiarme, malditos hijos de puta, vale la pena levantarse cada mañana a pencar 10 horas al día. Y es que, no sé por qué, hoy me acuerdo mucho de vosotros.

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domingo, 8 de agosto de 2010

Turfeando con neumáticos de mojado

Un vídeo distendido para empezar relajados este mes de agosto nunca viene de más. Se trata de un videoclip en el que unos chicos se mueven al son de un baile callejero conocido como turf en las calles de un barrio marginal de Oakland, California. Os dejo con él para que os deleitéis la mirada tratando de asimilar cómo es posible que un ser humano se mueva de esa manera sin romperse en varios trozos...


[Vía Mangas Verdes]

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