jueves, 11 de diciembre de 2008

Quién no ha tenido alguna vez la espalda mojada...

















"Espaldas mojadas" es el título de una canción que el grupo Tam Tam Go lanzó a principios de los 90. Como bien sabéis, este término se utiliza en concreto para describir a los inmigrantes centro y sudamericanos que deciden emprender el viaje con lo puesto hacia el dorado de los EE UU, tirando a mate cada vez más. El uso de esta definición se ha ido generalizando, a la par que lo ha hecho la inmigración, y actualmente nos podría servir incluso para referirnos a todos esos movimientos en cualquiera de los continentes. Os cuento todo esto -aquí concluye el permiso para bostezar- porque me he sentido en la obligación de bucear en mi pasado familiar para rendir un humilde tributo a toda esa legión camareros argentinos, albañiles senegaleses, teleoperadores peruanos, repartidores ecuatorianos, jardineros rumanos... con los que nos cruzamos a diario en nuestras vidas. Si su papel en nuestra economía moderna ha sido clave según los expertos, parte de nuestro bienestar -aunque ahora ande maltrecho- debe entenderse gracias a su colaboración.

Por ello, apuesto por un ejercicio que creo que deberíamos de hacer todos como es profundizar en nuestras raices, a saber: mis bisabuelos eran mallorquines (5), gallegos (2) y andaluces (1). Sus hijos nacieron en Mallorca (2) y en Cuba (2). Precisamente de este último caso quiero hablaros. Los padres de mi abuelo José Adán, desde Carballino (Galicia), y los de mi abuela Margot Ignacio (desde Mallorca) emigraron a La Habana para sobrevivir a la miseria que recorría España de cabo a rabo, en el primer cuarto del siglo XX. Lo curioso del asunto es que ambas familias nunca coincidieron en Cuba mientras se dedicaban a actividades económicas diferentes, que en los dos casos les permitió gozar de una situación económica privilegiada, ni de lejos parecida a lo que habían dejado atrás. Es curioso el caso de la familia Ignacio, decicada al mundo de la escultura y la restauración arquitectónica, aunque de eso ya hablaremos otro día.

En resumidas cuentas, mis antepasados cercanos fueron inmigrantes en tierra próspera, extranjeros sin papeles, con la humildad, el esfuerzo y su educación como único patrimonio con el que desembarcar en Las Américas. Estoy convencido de que si ellos estuvieran aún entre nosotros y convivieran a nuestro lado con el fenómeno actual de la inmigración, no dudarían ni un instante en sacarnos los colores cuando alegremente, y perdiendo la perspectiva de cómo hemos llegado a ser lo que somos, tuvieramos la tentación de dirigirmos con cierto desprecio a alguno de esos inmigrantes que salieron de un continente, que un siglo atrás recibió la huida a la desesperada de muchos de nuestros antepasados que trataban de olvidar qué se siente cuando se padece hambre. Tal vez sea el momento de devolver algún favor pediente...

Os adjunto una serie de fotografías de aquella época (algunas no están en muy buen estado) que acreditan lo que os he contado en estas líneas.

Cita postuaria: "La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar." (Balzac)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias.
Lo que me preocupa es que esto que escribes en el artículo no esté en el aire, ni en las células de cada persona, me preocupa que haya que explicarlo tan dulcemente como a críos de escuela. ¿No estaba claro? ¿Hay que recordarlo?
Si hay que recordarlo y enseñarlo como el ABC, pues... como dicen ustedes: ¡joder...!

Un abrazo desde Argentina, la de puertas abiertas, con crisis o sin crisis, con lo puesto y con lo que haya para compartir.

Hache_Romero dijo...

Cierto monjaguerrillera. Me alegra que lleguen opiniones desde el otro lado del charco con las que podamos debatir. El problema de la memoria es que falla con demasiada frecuencia y de vez en cuando conviene repasar la lección.

Un abrazo desde Mallorca, la del sol, las playas, los alemanes y algún que otro mallorquín cuyos genes, alguna vez supieron ser extranjeros sin complejos.

Espero verte más por aquí.