Este sábado me pasó un hecho insólito. O casi. Me encontraba efectuando unas compras en un puesto callejero de muy buena reputación (las semillas que allí había sólo tenían fines decorativos y aromáticos) y justo cuando me disponía a saldar mi deuda, un extraño me sujetó suavemente del brazo. Lo primero que pensé en ese momento, mientras mi cara esbozaba una impostora sonrisa cortés como mecanismo automático con el que ponerme en guardia, es que estaba ante el principio de un conflicto sin saber muy bien por qué. Como no reconocía al sujeto, interpreté su maniobra como un claro signo de hostilidad. Menos mal que mi instinto asesino se encontraba de baja por estrés y contuve mi lengua, ansiosa por deletrear un "¡qué te pasa!" muy poco apropiado. Hasta para mí. Sin tiempo para concentrarme en tal propósito, el individuo alargó su brazo y se puso a señalar con su dedo índice en dirección a mis pies. "Ese billete de 20 euros se te acaba de caer", dijo literalmente. Y allí estaba ese dinero entre mis pezuñas.
El tipo, que debía rozar los cuarenta San Fermines y vestía de sport (seguro que encontraremos a alguien a quien le interese este dato) se dio la media vuelta y comenzó a caminar con la serenidad del que acaba de cumplir con una de las tareas, que un día sus padres le pusieron de por vida. Antes de que se alejara le dí las gracias, al tiempo que brotaba incontrolable de mi garganta la siguiente expresión: "Ya no quedan personas así". La dependienta del negocio, al oír mi sentencia más casposa que responsable, soltó un "ya lo puedes decir porque como están las cosas, 20 euros son 20 euros". Y lo vi claro. Debía insistir en mi agradecimiento y así lo hice. Miré en la dirección en la que había tomado distancia y lo encontré sentado en su vehículo con la ventanilla bajada, a punto de iniciar la marcha. Levanté mi brazo y le grité "muchas gracias" a lo que respondió sobriamente "de nada", sin sonrisas gratuitas y deseando poner fin a más reconocimientos.
Con el pifostio social y económico que tenemos montado últimamente por aquí en el primer mundo -en los otros ya hace tiempo que esto no es noticia-, que un pavo que no conoces de nada (probablemente a algunos os vendrá a la mente alguna de vuestras ex parejas) tenga este gesto de civismo, me deja esperanzado. Lástima que yo no haya estado a la altura de los acontecimientos para rematar la faena llevándome las dos orejas y el rabo -en este último punto soy más conformista-. En un mundo tan económico y financiero como el nuestro (he obviado "depresivo" porque se presupone que es así) haberle compensado con una comisión del 10% del botín recuperado hubiera sido más que apropiado, teniendo en cuenta las leyes del mercado vigentes (ya sabéis: oferta, demanda o "¡mira un tordo!, mientras te birlo el fajo gordo"). Siguiendo sus designios, me vi beneficiado por los eficaces servicios de un ciudadano profesional al que su buen hacer no le reportó rédito alguno. Para dar carpetazo al asunto me amparé en que quizá la recompensa personal del deber bien hecho haya colmado sus aspiraciones. Con esta fenomenal excusa de andar por casa aquí lo dejo.
El tipo, que debía rozar los cuarenta San Fermines y vestía de sport (seguro que encontraremos a alguien a quien le interese este dato) se dio la media vuelta y comenzó a caminar con la serenidad del que acaba de cumplir con una de las tareas, que un día sus padres le pusieron de por vida. Antes de que se alejara le dí las gracias, al tiempo que brotaba incontrolable de mi garganta la siguiente expresión: "Ya no quedan personas así". La dependienta del negocio, al oír mi sentencia más casposa que responsable, soltó un "ya lo puedes decir porque como están las cosas, 20 euros son 20 euros". Y lo vi claro. Debía insistir en mi agradecimiento y así lo hice. Miré en la dirección en la que había tomado distancia y lo encontré sentado en su vehículo con la ventanilla bajada, a punto de iniciar la marcha. Levanté mi brazo y le grité "muchas gracias" a lo que respondió sobriamente "de nada", sin sonrisas gratuitas y deseando poner fin a más reconocimientos.
Con el pifostio social y económico que tenemos montado últimamente por aquí en el primer mundo -en los otros ya hace tiempo que esto no es noticia-, que un pavo que no conoces de nada (probablemente a algunos os vendrá a la mente alguna de vuestras ex parejas) tenga este gesto de civismo, me deja esperanzado. Lástima que yo no haya estado a la altura de los acontecimientos para rematar la faena llevándome las dos orejas y el rabo -en este último punto soy más conformista-. En un mundo tan económico y financiero como el nuestro (he obviado "depresivo" porque se presupone que es así) haberle compensado con una comisión del 10% del botín recuperado hubiera sido más que apropiado, teniendo en cuenta las leyes del mercado vigentes (ya sabéis: oferta, demanda o "¡mira un tordo!, mientras te birlo el fajo gordo"). Siguiendo sus designios, me vi beneficiado por los eficaces servicios de un ciudadano profesional al que su buen hacer no le reportó rédito alguno. Para dar carpetazo al asunto me amparé en que quizá la recompensa personal del deber bien hecho haya colmado sus aspiraciones. Con esta fenomenal excusa de andar por casa aquí lo dejo.
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