Cuando era un joven sumamente ingenuo y repleto de orgullo tuve la estúpida ocurrencia de marcarme un ideario de actuación cotidiana. Se trataba de una suerte de código tejido a partir de la repetición de algunas conductas que identificaba como justas entre los míos, combinadas con algunas otras actitudes de cosecha propia. El objetivo del negocio era poder colgarme la etiqueta de "tío de los pies a la cabeza", sin otro propósito que poder mostrar mis cartas a los demás para que supieran qué podían esperar de uno y, por tanto, cómo no les convenía actuar si pretendían no tocar hueso.
Más allá de la inconsistencia evidente del asunto, ha llegado el momento de sacarle punta al lápiz y tramitar una queja formal por escrito contra mi mismo. Antes de proseguir ya os avanzo el veredicto: culpable por omisión y deslealtad. A pesar de que la cantidad de incumplimientos no lograría arrebatar del liderato en la materia ni al político más competente, debo reconocer que la lista pecaminosa pone las pupilas de búho. Para no sortear más la purga, de aquí en adelante voy a detallar algunos de mis delitos más sangrantes que, me temo, no han prescrito todavía ni de lejos:
- He vuelto a mantener una conversación con alguien que un día se propuso joderme sin motivo, a sabiendas y llegando incluso a disfrutar eróticamente con ello, sin demostrar por su parte ni el más mínimo reconocimiento de la estocada acometida. Efectivamente, soy un pelapipas federado y con carné.
- He vuelto a mantener una conversación con alguien que un día se propuso joderme sin motivo, a sabiendas y llegando incluso a disfrutar eróticamente con ello, sin demostrar por su parte ni el más mínimo reconocimiento de la estocada acometida. Efectivamente, soy un pelapipas federado y con carné.
- He asistido a funerales por los familiares de algunas personas que no se molestarían ni en darme el pésame en el caso opuesto, a no ser que cobraran por ello al contado y por adelantado.
- He reído las gracias a personajes indeseables por el simple hecho de ocupar un lugar preferente en el escalafón social. En efecto, todo un alarde de personalidad y coherencia por mi parte.
- He juzgado la vida privada de terceros con una pasmosa ligereza sin tener vela alguna en ese entierro. Una fenomenal incongruencia teniendo en cuenta que se trata de una de las cosas que más indignación me produce en esta vida.
- He aportado soluciones a problemas ajenos con un aire de suficiencia ruborizante, dándomelas de inteligentón bajo el poder que me otorgaba la aplicación de un supuesto sentido común, al parecer oculto para todos menos para mí.
- He pasado de señalar "eso no se puede hacer" a buscarle cualquier justificación peregrina para poder perpetrarlo con premeditación.
Curiosamente después de todo lo expuesto me siento sensiblemente mejor. Conmigo mismo y con los demás. Sabedor de que tropezaré más veces con las mismas piedras. Aunque podré identificarlas y ponerles nombre para esquivarlas sólo de vez en cuando. Y por fin, llegados a este punto, viene lo que estabas esperando con tanta desesperación: Fin.
Cita postuaria: "No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto". (Aristóteles, 384-322 AC)
2 comentarios:
De lo que quieras ser, a lo que te dejen ser, hay un trecho. Uno no puede ser siempre fiel a sus principios, debes adaptarte a las circunstancias. Es muy fácil decir 'a este no lo quiero volver a ver ni muerto', y te acabas viendo en su funeral... ¿y?
Eres una persona muy centrada, y estoy convencido que le darás una maravillosa educación a tu hijo, cada entrada en tu blog me advierte de ello...
Un abrazo!
Seguro que a todos nos sucede algo similar pero me temo que tienes una consideración demasiado benévola de mí. Espero que sea capaz, como dices, de estar a la altura como padre.
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